Archivo mensual: febrero 2010

Recuerdos de Shostakóvich III

Galina: … Durante toda su vida, mi padre fue un apasionado admirdor del fútbol. No sólo recordaba los nombres de los jugadores de varias generaciones, sino que llevaba ciertas anotaciones y estadísticas de los partidos. De estar vivo ahora, no le habría costado trabajo alguno contestar a la pregunta de cuándo, en qué año, en qué fecha y en qué estadio tuvo lugar concretamente aquel partido tan memorable para mí.

Sofía Jéntova: …, el asunto del fútbol hizo que Shostakóvich coincidiese con Konstantín Yesenin, hijo político de Meyerhold, que le recordaba desde la época en que el compositor escribió la música para la puesta en escena de “La Chinche”, pieza propagandística y satírica del poeta Maiakovsky.
  Tras leer el artículo de cotumbre redactado por Konstantín Yesenin -quien había elevado las crónicas de los partidos de fútbol a la sublime altura de la poesía-, Shostakóvich le expuso en una carta una serie de puntualizaciones sobre los datos. Su letra, como de costumbre, era poco legible; la firma no se veía nada bien, y Yeseni llamó por teléfono al número que se indicaba en la carta, preguntando con voz irritada si vivía ahí un ancianito que se interesaba por el fútbol. “Vive -dijo una voz de mujer-; ahora mismo le aviso.”
  Yesenin se enfrascó en una acalorada polémica cn l meticuloso “ancianito”. Al final le preguntó: “¿Y cómo se apellida usted?”.
  Al oír un tímido “Shostakóvich”, se quedó pasmado.

Maxim: Mi padre no sólo era gran conocedor del fútbol, sino también árbitro colegiado. El título lo obtuvo en Leningrado, antes incluso de la guerra. Se sabía al dedillo las reglas e los juegos deportivos y le encantaba actuar de árbitro en las competiciones. Como ya dije, en la Casa de los Compositres de Ivánovo siempre hacía de árbitro en los torneos de voleibol.

Galina: Una vez, en la década de los cincuenta, mi padre veraneó en un sanatorio para miembros del Gobierno situado en Crimea, y allí le tocó hacer de árbitro en un torneo de tenis. Entre los veraneantes que jugaban a diario en la cancha estaba el general del ejército Iván Serov, que en aquella época dirigía el KGB. Y cuando el jefe del Comité de Seguridad del Estado soviético cometía alguna falta e inmediatamente se ponía a protestar, Shostakóvich le bajaba siempre los humos con la siguiente frase: “Con el árbitro no se discute”. Mi padre confesaba que gozaba de verdad al espetarle esta frase en la misma cara al máximo dirigente del KGB.

[fragmentos de Shostakóvich: Recuerdos de una vida, MIJAÍL ÁRDOV]

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Recuerdos de Shostakóvich II

Galina: Un hombre furibundo se asoma por la ventana y nos grita a los niños con voz estentórea: – ¡Os voy a arrancar las orejas! ¡Me quejaré a vuestros padres! ¡ No quiero veros más por aquí! 
  Es Serguéi Prokófiev. A menudo jugábamos bajo la ventana de su habitación y no le dejábamos componer música. Sucedía eso en el verano de 1943, en Ivánovo o, más exactamente, en la “Casa de los Compositores”, que se había fundado para que éstos crearan y descansaran no lejos de aquella ciudad. La institución se había instalado junto al Sovjós (empresa pública agrícola en la URSS) Avíscola nº 69, situado en la aldea de Górino, para que aquellos célebres músicos no pasaran penurias.

Maxim: Recuerdo muy bien cómo hacíamos rabiar a Serguéi Prokofiev. Vivía en la casona principal de piedra y la ventana de su habitación solía estar abierta de par en par. Nos acercábamos a la chita callando y, de repente, nos poníamos a gritar: “¡Serguéi Serguéich, tra-ta-tá! ¡Serguéi Serguéich, tra-ta-tá!”. Al instante, éramos bombardeados con pisapapeles y otros objetos. “¡Os voy a arrancar las orejas!” Este alarido e Prokófiev sigue vibrando aún en mis oídos.

Galina: Varias chicas avanzamos hasta el centro de la habitación y pronunciamos a coro la letra “e”… Estamos jugando a las charadas. Uno de los participantes más activos en nuestro juego es el joven Mstislav Rostropóvich. La escena tiene lugar durante las vacaciones escolares de invierno en la ya mencionada Granja Estatal Avícola nº 69, es decir, en la Casa de Creación y Descanso de Compositores. Fue allí donde nuestra familia conoció a la futura celebridad. Rostropóvich sería una persona muy allegada a nosotros y, más tarde, también sería nuestro vecino en la dacha de Zhúkovka, localidad cercana a Moscú. Aquel memorable invierno, Maxim y yo solíamos practicar el esquí, descendiendo por una pequeña loma, y lo hacíamos bajo la supervisión de Rostropóvich, porque nuestros padres le habían encomendado a el esta misión.

[fragmentos de Shostakóvich: Recuerdos de una vida, MIJAÍL ÁRDOV]

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Recuerdos de Shostakóvich I


Galina: … El siguiente recuerdo data del otoño de aquel mismo año (1941): un aeródromo en el Leningrado sitiado por los alemanes. En esta ocasión, subimos con nuestro equipaje a un avión; no es grande: además de nuestros padres, mi hermano y yo, sólo van en él los pilotos, tres o cuatro personas. En el interior del aparato no hay asientos, sólo u piso de tablas y unas cajas de madera. Tenemos prohibido sentarnos en las cajas y nos acomodamos sobre las maletas. Bajo la torreta transparente situada en el techo del avión, se sitúa uno de los pilotos, el artillero, que no deja de observar el espacio circundante. Nos avisa: "Si hago una señal con la mano, ¡tiraos al suelo!…"

Maxim: Aram Kachaturian iba en el mismo tren de evacuados. Muchos años después, le contó a Grigori Shnéerson que, en un vagóncon capacidad para cuarenta y dos pasajeros, montaron a más de cien personas, y que tardaron mucho en convencer a un joven, que se había encaramado a la litera de arriba, de que cediera su lugar a Nina Shostakóvich y a sus hijos. Borís Jaikin recrdaba que Dmitri Dmítrievich parecía muy deprimido. Sucedió que una de las maletas que se extraviaron al subir al tren contenía el manuscrito de la Séptima Sinfonía. Afotunadamente, las maletas se recuperaron: en la confusión y con las prisas las habían tirado al vagón de al lado.

[fragmentos de Shostakóvich: Recuerdos de una vida, MIJAÍL ÁRDOV]

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